Médicos del mundo, parís 365 y secretariado gitano reclaman mano de obra solidaria

Son más necesarios que nunca. No hay más que ver su capacidad de respuesta ante catástrofes humanitarias (Haití, India…), incendios, accidentes, evacuaciones; o apoyo a colectivos de discapacitados y dependientes para darse cuenta de su valía. Sin embargo, hay un voluntariado social en Navarra apenas conocido, que trabaja entre nosotros, muy cerca, sobre un mundo de necesidades que se acrecenta día a día arrastrado por la crisis económica.

Es el que integran las asociaciones de la Red Navarra de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión, colectivos que podrían «abarcar más campo y llegar a más personas si contaran con más voluntarios», admiten desde esta plataforma que aglutina a una treintena de entidades. «El problema es que la pobreza crece a nuestro lado y no pueden llegar a todo», apostillan. Prostitutas, gitanos y personas sin recursos, muchas de ellas inmigrantes, no lo tienen fácil para salir adelante. El trabajo escasea, hay gente que pasa hambre, la explotación de menores existe e integrarse resulta más difícil para las minorías, por eso hacen falta voluntarios. Mª Ángeles Leceaga, Verónica Ferrer y Elisa Fernández representan a tres generaciones diferentes de voluntarias, tres mujeres que coinciden en señalar que su trabajo cubre necesidades «muy básicas» del ser humano como son la salud, la educación y la alimentación, pero que en este momento no está suficientemente cubiertas por parte de la Administración.

MALTRATO. Mª Ángeles Leceaga, de 54 años, lleva un año trabajando en Médicos del Mundo. Se encuentra prejubilada y, en un momento de su vida en la que su hijos se han hecho mayores, ha dado suelta a su vena solidaria. «Me interesaba mucho el tema de las mujeres y el maltrato, y a través de la Casa de la Juventud contacté con la ONG Médicos del Mundo», indica. Su trabajo se centra en la situación sanitaria de las prostitutas que trabajan en clubes de alterne o en pisos: impartir información, repartir profilácticos y derivarlas a centros médicos o asistentas sociales, control de analíticas, detección de enfermedades… Mujeres que, buscando salir de su país, se han topado en el primer mundo con una situación de decadencia, indignidad y aislamiento. «Muchas de las chicas no tienen papeles o no disponen de la tarjeta sanitaria al no estar empadronadas», remarca. «La mayoría son inmigrantes. Muchas de ellas llegaron engañadas de sus países de origen y han generado una deuda que deben ir pagando por lo que a ellas no les llega ni la mitad de lo que ganan», precisa. Abundan las menores de edad y de origen sudamericano. Desean salir de ese mundo pero en muchos casos tienen hijos en su país a los que envían dinero. «Tienen además menos trabajo porque con la crisis hay menos clientela».

Pero como ocurre en este mundo, los voluntarios reciben mucho más de lo que dan. Para Leceaga, una de las tres solidarias que trabajan en este programa, resulta «inexplicable» el «cariño» que recibe de estas mujeres. «Quieren saber cuándo vas a volver, están muy necesitadas de afecto porque es un mundo duro y sórdido, donde hay mucha droga, los clientes les obligan a colocarse, hay maltrato, hombres que no utilizan preservativo y están expuestos a cogerse todo tipo de enfermedades», indica. «Les ponemos en contacto con las trabajadoras sociales de los centros de salud y con Andraize que está desarrollando una labor realmente buena. Son mujeres desorientadas que necesitan mucha ayuda pero también un respaldo psicológico», precisa.

200 en el parís Verónica Ferrer es unas de las 200 voluntarias que consiguen que el comedor social París 365 (con sus dos locales en la calle San Lorenzo y en Berriozar) esté abierto los siete días a la semana y los 365 días del año. En la actualidad dan de comer a diario de forma gratuita a más de 40 personas necesitadas, constituyen un movimiento social con más de 900 seguidores en Facebook y el respaldo de una Fundación Gizakia Herritar que cuenta con otros proyectos sociales como la asesoría legal a inmigrantes.

Hay tres turnos, y con base al tiempo que el voluntario dispone tiene que comprometerse a trabajar al menos dos meses. Lo mínimo es dedicar una vez por semana tres horas. El perfil es muy variado, «tenemos gente adolescente que está estudiando en el instituto, personas mayores como una de 81 años». Un 40% de titulados superiores, un 12% de universitarios, un 14% de jubilados y un 8% de amas de casa. También hay voluntarios que han pasado por la experiencia de utilizar el servicio y que «sienten el proyecto como propio». «Algunos voluntarios son cocineros profesionales y ésto ha permitido que haya un segundo cocinero y que el que teníamos pueda librar los fines de semana. Y así los usuarios puedan disfrutar de una comida con una variedad y una calidad; producto fresco de la tierra y cocinado al estilo de aquí, y atendiendo las necesidades diversas que puedan existir en el comedor (por religión, salud…)», precisa.

En la actualidad hay tres personas contratadas (dos cocineros y un responsable de voluntarios). «Este proyecto sale adelante gracias al voluntariado porque aportan una calidad y calidez en el servicio que, de otra manera, no se podría hacer», destaca. Otro reto alcanzado es la creación de «nuevos lazos» con los usuarios, por regla general personas que están pasando una mala situación económica y en riesgo de exclusión social. «Queremos que esas personas formen parte de un tejido social y se creen unas relaciones muy interesantes», precisa. Desde la Fundación se canaliza además las «inquietudes de los voluntarios», lo que ha logrado poner en marcha un proyecto educativo de solidaridad en colegios.

Verónica, tiene 31 años, es profesora de Infantil y Primaria en una ikastola y vive con pasión su trabajo en un comedor que es un poco el suyo, como el de casa. Ella colabora los sábados por la tarde para el turno de noche. La experiencia es «muy rica»: «Estoy super agusto y me ha encontrado con gente con la que probablemente nunca me hubiera encontrado porque somos muy diferentes, venimos de ámbitos completamente distintos…». Con los usuarios también se crea una relación muy «estrecha porque también les damos un apoyo emocional; ellos tienen un ambiente de respeto intercultural porque es muy variada la procedencia, pero también te cuentan sus problemas y a lo mejor les puedes ayudar a derivarles a un sitio o a otro…».

juventud Pese a su juventud -apenas 18 años- la pamplonesa Elisa Fernández tiene clara su vocación como educadora. Ha terminado Bachillerato en el colegio de Jesuitas, quiere estudiar Magisterio y se puede decir que ha hecho sus primeras prácticas dando clases de refuerzo a niños gitanos a través de la ONG Secretariado Gitano. Colabora en el programa Promociona de apoyo y orientación educativa dirigido a niños gitanos y a sus familias. El programa pretende favorecer la «normalización» educativa del alumnado gitano para conseguir tasas más elevadas de éxito académico en el último ciclo de Primaria y Secundaria Obligatoria, y promover así la continuidad en estudios medios, superiores y de formación profesional. Según Elisa, el abandono escolar entre la comunidad gitana, sobre todo entre las chicas, es uno de los problemas que más preocupan a los colectivos sociales que trabajan con estas minorías. Durante el curso trabaja (por las tardes) con chavales de 10 a 12 años resolviendo dudas o ayudándoles en las tareas de clase desde la sede que el Secretariado Gitano dispone en la avenida Marcelo Celayeta. Ahora en verano también colabora los sábados por la mañana en tareas de recuperación para chicos y chicas de sexto de Primaria hasta 2º de ESO. Inglés y Ciencias son las asignaturas que más se les resisten, destaca. Le encantan los niños y tiene la sensibilidad y, como ella misma dice, «desparpajo» suficiente para sintonizar con estos chavales con más desmotivaciones que motivaciones en el difícil camino de su formación (muchas veces sus padres prefieren en un momento dado, cuando tienen que pasar al instituto, que trabajen), pero también con sus familias. «La clave es ganar su confianza, entenderles, considerarlos como un niño más que quiere aprender; y además te sorprenden en muchas cosas incluso algunos estudian en euskera y, en general, ellos se integran más de lo que creemos en la comunidad donde viven», señala. «Terminamos jugando con el ordenador o pintando…».

Fuente: www.noticiasdenavarra.com

 

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