Pilar Crespo, enfermera Proyecto Ébola Koinadugu

Sobre Farekoro llueve hierba quemada. Ligeras briznas de maleza carbonizada bailan suspendidas en el aire y todo el pueblo está envuelto en una especie de bruma blanquecina. Parece niebla pero es una mezcla entre el harmatán, el viento cargado de polvo proveniente del desierto, y el humo que viene del bosque que arde alrededor. Enero es tiempo de cortar el campo, quemarlo y preparar así la tierra para la próxima cosecha.

Harmatan y humo empañan paisajede Farekoro

Harmatan y humo empañan el paisaje de Farekoro

Farekoro aparece en el curso de un camino de tierra rojiza en Koinadugu, la región norte más pobre y aislada de Sierra Leona. Es pueblo pequeño, de casas de adobe y palo, arroz puesto a secar sobre el suelo, hombres fabricando ladrillos de barro bajo el calor intenso, mujeres agachadas en mil tareas con bebes atados a sus espaldas y cabras, gallinas y niños descalzos corriendo por todas partes. Eso es ahora, hace cuatro semanas Farekoro era un pueblo fantasma. Un pueblo sin gente.

Vecinos de Farekoro

Vecinos de Farekoro

El primero en enfermar fue Sayo Jalloh. Tenía 40 años y una cicatriz en el abdomen, recuerdo de una antigua operación. La vieja herida de Sayo comenzó a sangrar, y todos pensaron que de nuevo sufría por aquella conocida dolencia. Sayo murió el 14 de diciembre y a partir de ahí todo se complicó para los habitantes de Farekoro. Desde que a finales de julio del año pasado se declaró en el país el estado de emergencia por la epidemia de ébola, los funerales tradicionales están prohibidos, así que no fueron sus vecinos, sino un equipo oficial de enterramiento el que se ocupó de devolver a Sayo Jalloh a la tierra envuelto en una bolsa plástica de color blanco.

Positivo. Cuando llegó el resultado del análisis que le hicieron al cuerpo de Sayo, los habitantes de Farekoro huyeron al bosque. Tenían miedo. Quizás de la nueva y terrible enfermedad de la que todo el mundo habla, quizás de los equipos de vigilancia de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que obligan a la gente a permanecer encerrados sus casas o los envían a “holding centers” como el que Médicos del Mundo ha instalado en la escuela del cercano pueblo de Kumala. Un “holding center” es una especie de centro de aislamiento donde se reciben a las personas con síntomas sospechosos de ébola, y se realizan los análisis que determinan la presencia o no del virus.  Si el resultado es positivo, las personas son transferidas lo antes posible a uno de los centros de tratamiento para ébola que la ayuda internacional ha montado en el país. Si el resultado es negativo, las personas son enviadas también lo más inmediatamente posible a sus casas, donde deberán guardar cuarentena.

Vecinos y casa Farekoro

Vecinos y casa en Farekoro

Durante dos semanas, los equipos de vigilancia epidemiológica buscaron a las familias de Farekoro. Hablaron con la gente de aldeas vecinas, fueron estrechando el cerco. En el bosque no se puede resistir mucho tiempo sin ayuda, es difícil encontrar agua potable y algo de comer. Al cabo de unos días comenzaron a llegar al centro de aislamiento de Kumala, solos o en pequeños grupos, algunos de ellos ya estaban muy enfermos.

Jeneva Koroma fue la última en aparecer. Era 29 de diciembre y había caminado toda la noche junto con su suegra. Alcanzaron Kumala de madrugada, y se sentaron en torno a los restos de un fuego de una casa cercana a la escuela. Jeneva se sentía tan débil que no podía evitar orinar allí mismo a pesar de la presencia de curiosos. Pese a ser tan tarde, un grupo de vecinos las había rodeado, alarmados por su presencia. La alarma era comprensible, el mes anterior la epidemia había sacudido el propio pueblo de Kumala. Según los datos del libro de registro del centro, unas 23 personas de Kumala enfermaron, y de entre ellos solo hay registrados 9 supervivientes.

Jeneva y su suegra tuvieron que pasar la noche en una habitación de emergencia, hecha de madera y tela plástica, cerca del centro. Sin luz no hay posibilidad ninguna de garantizar que el procedimiento de admisión de una persona sospechosa de sufrir ébola es seguro para el personal. Jeneva Koroma fue valorada al día siguiente por nuestro equipo e ingresada en el centro. Su suegra se encontraba bien, sólo había venido para acompañarla, así que se la envió de vuelta a Farekoro con la indicación de permanecer en cuarentena en casa.

Jeneva sufrió un aborto aquella mañana en Kumala. Dentro del área roja del centro de aislamiento la única atención que se le pudo brindar fue algo para el dolor y suero oral. Los resultados de sus análisis llegaron al día siguiente. En cuanto se confirmó que, efectivamente sí estaba infectada por el virus, fue trasladada a Bo, al centro de tratamiento de ébola más cercano. Fueron siete horas de viaje en ambulancia, porque afortunadamente aún estamos en temporada seca. Cuando llegan las lluvias el camino se vuelve impracticable.

En Farekoro, los equipos de la OMS supervisaban de cerca a las personas o familias identificadas como contactos directos de casos positivos. Mohammed Sawanneh, el esposo de Jeneva Koroma, era uno de ellos. La hija de ambos, Mammie, de tres años de edad, otro. Ambos tenían que permanecer aislados. Los equipos de la OMS y otras organizaciones como Cáritas distribuyen arroz, judías y aceite de palma suficiente para 21 días para todas las familias en cuarentena. Sin comida lógicamente la gente no puede permanecer en casa. Pero Mohammed es campesino y sabe que, más allá de esos veintiún días, si no sale de su vivienda y no prepara la tierra ahora, no habrá arroz que comer la próxima estación.

Mujer secando arroz en Farekoro

Mujer secando arroz en Farekoro

Mammie no estaba con su padre, estaba en otra aldea al cuidado de su tío. Mammie lloraba, el equipo de vigilancia preguntaba, y su familia aseguraba que era normal, que el bebe lloraba porque echaba de menos a su madre. Mammie lloró varios días seguidos antes de que el equipo local de la OMS se decidiera a trasladarla. No fue una decisión fácil, Mammie era demasiado pequeña para ir sola en la ambulancia,  así que hubo que ir a buscar a su padre y ambos viajaron a Kumala. A sus tres años a Mammie le costaba mantenerse erguida sobre las rodillas de su padre. Dentro de la escuela reconvertida en centro de aislamiento volvieron a ser separados. Para cuidar a Mammie se buscó a una superviviente. Los supervivientes son los únicos que pueden entrar sin riesgo en la zona roja.

Mammie dio positivo y fue trasladada a Bo. Mohammed no tenia síntomas claros así que hubo de hacerse dos pruebas con un intervalo mínimo de 48 horas entre ellas. En total, cinco días encerrado en una de las aulas de la escuela. Cinco días sin dormir pensando en su mujer, en su hija y en el campo que debía preparar antes de la próxima estación de lluvias. Mohammed preguntaba a las enfermeras por Jeneva y Mammie pero nadie pudo ofrecerle entonces una respuesta. En Kumala no hay cobertura de teléfono ni radio. Tampoco se había instalado ningún sistema que permitiera ofrecer información sobre la suerte de las personas que se mandan a Bo. Si regresan es que han sobrevivido, sino no.

Mohammed Sawanneh dio negativo y fue enviado a casa. Y el periodo de cuarentena comienza a contar de nuevo una vez que sales de un centro de aislamiento.

Jeneva Koroma regresó a Farekoro el 17 de enero. Su hija Mammie no. Jeneva ha tenido suerte, desde que estalló la epidemia, casi ninguna mujer embarazada ha conseguido sobrevivir al Ébola.

Jeneva en la ambulancia el día que regresó como superviviente

Jeneva en la ambulancia el día que regresó como superviviente

Farekoro significa “debajo de la piedra”. Es una referencia topográfica pero en verdad nadie sabe muy bien dónde está esa gran piedra. Es un pueblo como tantos en la región de Koinadugu, sin luz eléctrica y calles de polvo en temporada seca y de barro durante las lluvias. Solo tiene una pequeña escuela de primaria pintada de azul y blanco, cerrada como todas desde que se declaró el estado de emergencia hace siete meses, y una bomba de agua, fruto de algún proyecto de cooperación, en medio de la calle principal. La unidad de salud más cercana está a varias horas de camino a pie, en Kumala, y es solo una casa pequeña y oscura, de dos pequeñas habitaciones, sin agua corriente, sin luz, con una cama plástica y una jofaina para los partos. Lo atiende una asistente sanitaria de muy baja cualificación. Para encontrar personal sanitario algo más formado hay que viajar más lejos, a alguna otra unidad de salud un poco más grande. El hospital más cercano es Kabala, a unas cuatro horas en coche si la carretera lo permite. El hospital de Kabala es un destartalado grupo de edificios bajos, también sin agua corriente, y con sólo dos médicos, mas dedicados a la gestión que a la atención de pacientes. Más allá de los aspectos culturales, en la región de Koinadugu, la única “medicina” accesible para la inmensa mayoría de la población sigue siendo la de las hojas y hierbas naturales, la de las parteras tradicionales y la de los “hombres mágicos”.

Bomba de agua de Farekoro

Bomba de agua de Farekoro

 

Sala de partos de la Unidad de Salud de Kumala

Sala de partos de la Unidad de Salud de Kumala

Mohammed Sawanneh es un hombre bajito, de rostro redondeado, las manos siempre entrelazadas cuando habla. Dice que tiene 35 años, aunque habitualmente en esta región las personas nunca saben su edad exacta, y sólo ofrecen una cifra aproximada calculando si son más jóvenes o viejos que otros vecinos. Mohammed lleva chanclas de goma, un pantalón vaquero, una cazadora deportiva y a veces se cubre la cabeza sin pelo con un sucio gorro de lana. Es el hombre de la casa, y además, después de más de un mes de supervisión epidemiológica, está acostumbrado a las visitas de extraños, así que es el primero que sale a recibirnos.

Jeneva Koroma tiene 25 años pero parece mucho más joven. Es delgada, de facciones elegantes, la mirada fija e imperturbable. Lleva una camiseta de licra amarilla, una tela tradicional como falda y un trozo de esa misma tela en la cabeza, como todas las mujeres de su pueblo. Jeneva se mantiene en un segundo plano. Solo habla si le preguntan, y es breve al contestar.

Mohammed y Jeneva sentados en el banco enfrente de su casa

Mohammed y Jeneva sentados en el banco enfrente de su casa

Mohammed y Jeneva siempre responden lo mismo. Preguntemos lo que le preguntemos dicen que están agradecidos, que tanto en el centro de aislamiento de Kumala como en el hospital de Bo les cuidaron muy bien, que allí les dieron de comer y de beber, que están muy contentos con los médicos y las enfermeras que los atendieron. Responden eso cuando les preguntamos por el tiempo que pasaron escondidos en el bosque, responden eso mismo cuando les preguntamos por la muerte de Sayo Jalloh y si saben en qué momento pudo contagiarse Jeneva. Para Mohammed y Jeneva muchas de nuestras preguntas no tienen mucho sentido. El ébola no es algo muy diferente a lo que ya conocen. Aquí, en Farekoro, la gente enferma y muere todo el tiempo.

Después de la pérdida del hijo que estaban esperando y de la muerte de la pequeña Mammie, al matrimonio Sawanneh no le queda ningún hijo. Le preguntó a Jeneva a qué edad se casó y me responde que a los quince años;  le pregunto entonces por otros hijos anteriores en estos diez años de matrimonio y no responde, solo dirige la mirada fija e imperturbable al horizonte. No sigo preguntando. Sierra Leona es el país con la tasa de mortalidad infantil más alta del mundo. Según datos oficiales del Banco Mundial, entre los años 2012-2014 de cada 1000 nacidos vivos en el país, 107 mueren antes de un año. La tasa de mortalidad materna también fue la más alta del mundo en el 2013. Dentro de Sierra Leona, Koinadugu sigue siendo una de las regiones más pobres. Son los últimos de los últimos. En Farekoro, desde que Sayo Jalloh enfermó, en la amplia familia de Mohammed y Jeneva cinco niños, incluida Mammie, han muerto a causa del ébola. Cinco muertes más en un ranking terrible. Por el momento, no se dispone ni de vacuna ni cura para el ébola, pero las principales enfermedades que matan a menores de un año todos los días en Sierra Leona sí que son de fácil tratamiento.

Niños en Farekoro

Niños en Farekoro

Hoy* acababa el periodo de cuarentena que debía guardar Mohammed, y él es el último vecino de Farekoro bajo supervisión. Por el momento, no se ha identificado ningún nuevo caso de ébola en todo el municipio. La sensación es de progresivo control de la epidemia, pero los expertos son muy conscientes de que lo habitual en estos casos no es una continua y regular línea descendente, y que antes de que acabe del todo puede haber varios saltos de nuevo hacia arriba. Así que todavía habrá que esperar varios meses para que los equipos de la OMS puedan suspender la vigilancia epidemiológica en la región.

Se nos han acabado las preguntas. A nosotros, personal de MdM, y a los periodistas que hemos venido a acompañar para que conozcan y cuenten la historia de Mohammed y Jeneva. Nos despedimos: agitamos la mano y les decimos que se cuiden.

Es entonces cuando Jeneva, de repente y por propia iniciativa, desde el porche de su humilde casa, parece preguntarnos algo, y Mohammed y otros familiares la secundan.

Jeneva de pie y Mohammed en el porche de su casa

Jeneva de pie y Mohammed en el porche de su casa

El traductor nos explica que efectivamente es una pregunta, y que nos está preguntando si vamos a enviarles algo.

  • ¿Enviarles algo?, nos interrogamos.
  • Si, pregunta que si después de que os vayáis vais a mandarles algo porque ellos aquí no tienen nada, aclara el traductor.

La pregunta, incómoda, queda suspendida en el aire, junto con las briznas de hierba carbonizadas que bailan en el ambiente.

No hay respuesta coherente posible.

Ese “nada” es, entre otras cosas, no tener acceso a un sistema de salud. Y esa petición de “algo”, que podría ser muchas cosas, está evidentemente generada por un nivel de atención que hasta ahora desconocían pero que aprecian.

La pregunta de Jeneva hace saltar otras en la cabeza:

¿Por qué el ébola sí ha sido capaz de provocar una respuesta sanitaria coordinada a nivel internacional, y no es ese el caso de otras muchas enfermedades que también matan a los sierra leoneses todos los días?

Enfrente de la casa de la familia Sawanneh, todos, ellos y nosotros, callamos por un momento, hasta que los periodistas, para romper ese larguísimo silencio, le responden que sí, que al menos les mandarán parte de las fotos que les han hecho, aun cuando todos somos conscientes de que ni siquiera eso es muy probable.

Mohammed parece contento con la respuesta. Jeneva no dice nada, y solo nos mira con esa impenetrable mirada suya.

Primer plano de Jeneva

Primer plano de Jeneva

 

*Escrito a fecha de 31 de enero.

 

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