Nací en Guelta en 1958. Cuando era niña, la tierra era verde. Mi familia era beduina y nos trasladábamos de un lugar a otro. Nos movíamos buscando pastos para alimentar a nuestros animales y no teníamos que depender de nadie. Cuando llegaron los marroquíes fui testigo de un montón de cosas malas. Salimos de allí formando parte de un gran grupo. Algunas personas caminaban descalzas, otras huían en camellos. Los marroquíes nos dispararon y mataron e hirieron a algunas personas. Todo el mundo estaba muy asustado.

En los campamentos de refugiados no había nada. La gente levantó pequeñas tiendas de tela y, después empezar a recibir ayuda humanitaria, las cosas empezaron a mejorar. Mi esposo es soldado. Durante la guerra oí que había pisado una mina. Estuve cinco meses sin verlo cuando se lo llevaron a operarlo a Argelia. Perdió su pierna, pero di gracias a Dios porque aún estaba vivo.

No me gustan los campamentos, pero me veo obligada a estar aquí. Tampoco estoy de acuerdo con el alto el fuego, preferiría seguir luchando para recuperar nuestra tierra. Naciones Unidas ha tenido 18 años para no conseguir nada, no hemos recibido ningún beneficio por negociar con ellos. Nuestro deseo es la independencia porque hemos sufrido mucho en los campamentos. Sólo podemos conseguirla a través de la guerra.