Ricardo Angora, médico y cooperante de Médicos del Mundo, nos cuenta las dificultades que deben sortear las personas migrantes para llegar a Europa.

La llamada “crisis del Mediterráneo” ha saltado este segundo semestre del año a las portadas de los medios europeos. Pero ni Europa es el único destino de las migraciones mundiales, ni los procesos migratorios son nuevos. Bien al contrario, los movimientos de población son inherentes al desarrollo de las civilizaciones a lo largo de la historia.

Dicho esto, es cierto que las llegadas a Europa han experimentado un crecimiento exponencial en la llegada de personas hasta alcanzar la cifra de 800.000 en los primeros días de noviembre. Dos terceras partes de quienes llegan huyen de las atrocidades de la guerra que azota sus países. Escapan de Siria, Irak, Afganistán, Eritrea o la República Centroafricana, escenarios donde el nulo respeto por los derechos más elementales amenaza día a día la supervivencia de gran parte de la población.

Foto del cooperante de Médicos del Mundo Pablo Simón

Foto del cooperante de Médicos del Mundo Pablo Simón

Alcanzar sus destinos requerirá un largo y duro viaje, recorriendo trayectos en vehículos inseguros y abarrotados, durmiendo en condiciones insanas, con alimentación escasa y poco nutritiva y sufriendo los abusos de las bandas criminales que gestionan un lucrativo negocio. El precio para viajar desde Kunduz (Afganistán) es de 5.000 dólares, me comenta Bashir, que partió desde su ciudad natal escapando de los cruentos combates hace unas semanas.

Lo más peligroso de la ruta es el cruce del estrecho que separa la costa turca del norte de la isla griega de Lesbos. En frágiles botes neumáticos, con capacidad para 15 personas, cursan las peligrosas aguas del Egeo, que esconden miles de vidas perdidas en la travesía. Apiñados en grupos de hasta 50 personas, a merced de las olas y las inclemencias del tiempo, los más afortunados consiguen alcanzar tierra firme. Allí, cientos de personas voluntarias, comprometidas, venidas de cualquier parte del mundo, les esperan haciendo señales con linternas para guiarles en la oscuridad, evitando los acantilados rocosos, hasta las playas más seguras. Tras el desembarco, ropa seca, una manta, una bebida caliente y una sonrisa de cualquier activista que les trasmite su apoyo y les hace saber que no son intrusos.

Foto de Pablo Simón

Foto de Pablo Simón

Aun queda por cumplir con la burocracia, por lo que se dirigen a los centros de registro, situados junto a la típica ciudad mediterránea de Mytilene. Se trata de un simple procedimiento, pero que les va a llevar un par de días realizar. En interminables filas a la intemperie, pugnando con el resto por no perder el sitio, aguantan en pésimas condiciones sanitarias y con escaso alimento.

Una vez dentro de las instalaciones de registro tendrán acceso a ayuda humanitaria. Médicos del Mundo Grecia presta atención sanitaria y psicosocial en la isla desde hace casi tres años, tanto para las y los griegos sin acceso a la sanidad como para migrantes, y ahora lo sigue haciendo con los solicitantes de asilo. Entre octubre y noviembre, yo he formado parte de este equipo que atiende cada día a cientos de personas en situaciones de extrema vulnerabilidad. Decenas de organizaciones internacionales llegadas en los últimos meses, junto a ACNUR y la Organización Internacional de las Migraciones, prestan igualmente ayuda humanitaria.

Una vez conseguido el preciado documento de registro ya es posible tomar el ferry que les traslada hacia Atenas, desde donde proseguirán la ruta hacia Centroeuropa. ¿No sería más fácil facilitar vuelos desde Turquía y evitar tantas muertes en la travesía y tanto sufrimiento? Pero nuestra miopía de instintos primarios grupales y territoriales sigue poniendo barreras a congéneres que llegan desde otras latitudes buscando una vida más digna.

 

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