A lo largo de los últimos años hemos oído hablar del género, existen personas detractoras de esta perspectiva, alegando que no sirve para nada o que son “cosa de mujeres”, otras que solo hace alusión al lenguaje, otras no se definen o simplemente no saben de que va el tema.

Pero

¿qué es realmente el género?

¿es solo “cosa de mujeres”? ¿y para que sirve?

Pues bien, el género hace referencia a las diferencias sociales entre mujeres y hombres que han sido aprendidas e interiorizadas a lo largo de los años. Estos aprendizajes se fundamentan en el modelo patriarcal, que impone diferentes roles y estereotipos tanto a hombres como a mujeres.

Dichas “funciones” son impuestas prácticamente desde que nacemos y perduran durante toda la vida, un ejemplo sencillo donde observamos esas diferencias van desde la elección de los colores (rosa para niñas y azul para niños), los juguetes (balones, coches para niños y muñecas, cocinitas para niñas) hasta la ocupación de los espacios (los niños ocupan espacios amplios mientras que las niñas ocupan espacios más pequeños, en un patio se suelen colocar en las zonas laterales, para no ser “invadidas” por estos o para no molestar) al igual ocurre cuando una mujer va en transporte público, mientras ésta intenta ocupar el menor espacio posible cruzando las piernas, sentada en un rincón, el hombre, ocupa más espacio, estira las piernas, ocupa los dos reposa-brazos… y son solo algunos ejemplos.

A su vez estos patrones también quedan representados en la etapa adulta, desde la elección de las carreras universitarias hasta la entrada en el mercado laboral. Ello no supondría ningún problema siempre que ambas partes estuvieran consideradas de forma igualitaria. Pero lamentablemente esto no es asi, socialmente siempre se ha dado (y se da) más valor a las “tareas” propiamente masculinas (asociadas al trabajo productivo) quedando infravaloradas las “tareas” propiamente femeninas (asociadas al trabajo reproductivo). Todo esto es fomentado no solo en las familias y escuelas sino también por medios de comunicación, gobiernos y sus políticas.

Una muestra de ello es el tipo de políticas que en general tienen los países. Lejos de pensar que nos encontramos en sociedades avanzadas y que el machismo quedó atrás, aún hoy la mayoría de los países continúan realizando políticas que intentan mantener a la mujer en el papel tradicional como responsable principal del cuidado de la familia, impidiendo que ésta acceda en igualdad de condiciones al mercado de trabajo. Las mujeres encuentran muchos obstáculos a su desarrollo humano. Si de antemano las privan  de opciones, se condena a las mujeres a situaciones de exclusión y precariedad viéndose afectadas aspectos importantes como la salud, vivienda, acceso a conocimiento…

Uno de los problemas a la hora de estudiar las diferencias de los procesos de empobrecimiento de hombres es el modo de hacer visible la insatisfacción de las necesidades específicas de la mujer. Para conocer estas diferencias es necesario analizar las situaciones desde el punto de vista del género, estudiando el contexto social y el hogar. ¿Quién toma las decisiones?¿cómo se distribuyen los recursos dentro de los hogares?¿sobre quién recae la responsabilidad del cuidado? ¿cómo es la distribución de los tiempos? Y en lo que respecta al contexto social habrá que analizar el contexto político, económico, cultural, cómo son las oportunidades de acceso a la educación, entre otras.

Aunque a lo largo de estos años esté aumentando la tasa de inserción laboral en las mujeres, hay que ir más allá y plantearse, ¿cómo es la inserción que tienen?, ¿en qué puestos de trabajo?, ¿qué tipo de contratos tienen? ¿pueden conciliar?. ¿cuántas mujeres tienen puestos de responsabilidad?… seguramente muchas de ellas tienen jornadas parciales para que puedan conciliar vida laboral con familiar, lo que implica que aún no tienen independencia económica total, realizando a su vez dobles, triples jornadas.

La diferencia que se hace entre producción y reproducción es la que permite plantearse el concepto de feminización de la pobreza, mientras esta distinción sea operativa la pobreza estará ligada a la reproducción y por ello feminizada.

Como dice Mª Ángeles Durán, la distinción entre trabajo remunerado y no remunerado es esencial para poder entender la contribución de las mujeres al bienestar colectivo, así como la medida en que esta dedicación dificulta su acceso a la independencia económica, derechos sociales y políticos derivados del trabajo remunerado, ocio y perfeccionamiento personal.

Se sigue invisibilizando el trabajo no remunerado, los índices de desarrollo relativo al género y el índice de potenciación de la mujer, miden la desigualdad pero siguen ignorando el trabajo no remunerado. Estas concepciones tienen mucho que ver con la relación entre patriarcado y capitalismo, se refuerzan mutuamente y sólo asignan valor a lo que reporta beneficios económicos, considerando la actividad que se hace en el hogar como irrelevante. Si se continúa infravalorando el trabajo en el hogar, se corre el riesgo de olvidar y perpetuar la situación de desigualdad que padecen miles de mujeres.

Por otro lado no debemos olvidar que aunque sean cada vez más las mujeres que se van incorporando al mercado de trabajo, esto no significa que no se mantengan las desigualdades o que las dificultades que tienen para acceder al mismo hayan desaparecido.

Estos, son solo algunos ejemplos de lo que ocurre y por ello es tan importante trabajar en todos los ámbitos y aspectos con perspectiva de género. Ésta no solo tiene que ver con poner “a/o” o “@” en documentos, se trata de visibilizar a la mujer, su trabajo, su contribución y participación en la historia, pero sobre todo se trata de cuestionarnos los órdenes arcaicos imperantes que ocultan a la mitad de la humanidad, y si lo hacemos, estaremos desmontando la legitimación natural de la desigualdad, nombrando a la “otra” mitad, las mujeres, ya que

“aquello que no se nombra, no existe”.


Mónica Paule Paule.

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