“Con los refugiados, más que a enfermedades, nos enfrentamos a la desesperación, la tristeza, el hambre y el frío”

Artículo original en Tercera Informaciónhttp://www.tercerainformacion.es/spip.php?article101560

Pablo Simón, médico de familia en Chauchina, contó su experiencia con los refugiados en la isla griega de Lesbos en una conferencia sobre salud y derechos humanos, este viernes 8 de abril, dentro de las primeras Jornadas de Salud Comunitaria de La Zubia, que concluirán este domingo con la XXXII Marcha de Regularidad por Parejas (y posterior paella para todos los participantes).

El Centro Cultural Carlos Cano de La Zubia recibió en la tarde de este viernes a Pablo Simón, que trabaja desde hace algo más de dos años en el consultorio de Chauchina. Antes, durante 10 años ejerció como profesor de Bioética en la Escuela Andaluza de Salud Pública, institución de la Junta de Andalucía. Simón ha colaborado como médico en el Campo de Registro de Moria – Isla de Lesbos, en Grecia, durante seis semanas. Lo hizo el año pasado, integrado en un equipo de sanitarios de la organización Médicos del Mundo.

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“Fueron las miradas de los niños y niñas refugiados apelotonados bajo la lluvia en la frontera de Hungría este pasado mes de octubre las que me obligaron a ir”, asegura. “El mundo de la injusticia y de la violación de los derechos humanos no me es desconocido puesto que soy activista de la organización Amnistía Internacional, pero lo cierto es que el motivo final de mi partida fue algo tan simple como eso, tan emocional y tan racional a un tiempo. Imagino que, como todos, habíamos ido viendo cómo a lo largo del verano el drama iba desplegando in crescendo sus actos, pero en el mes de octubre la representación mediática, bajo cuyo velo se intuía una realidad terrible, llegó a un clímax que yo ya no pude aguantar. Así que le pregunté a mi esposa ¿puedo irme?”, recuerda Pablo Simón.

Y lo que vino a continuación es que, después de buscar ofertas por Internet, encontró un llamamiento de Médicos del Mundo España en una misión de apoyo al trabajo de Médicos del Mundo Grecia que se ajustaba a su perfil: médico de familia con experiencia en urgencias-emergencias y buen nivel de inglés. Pasó por un proceso rápido de selección, el Servicio Andaluz de Salud le concedió un permiso remunerado de 6 semanas y el 15 de noviembre salió primero a Madrid, luego a Atenas y, finalmente, a la isla de Lesbos. Junto a él viajaron a Lesbos un equipo de 7 personas: 2 pediatras, 2 enfermeras, 2 traductores de árabe y otro compañero médico que fue enviado a la isla de Chíos.

“Nos integramos en el equipo griego, un equipo que llevaba haciendo atención a los refugiados desde hacía 3 años y, muy especialmente, durante la gran crisis que se desató en la primavera de 2015. En la isla de Lesbos trabajamos en dos puntos: el campo de Moria y el campo de Kara Tepe. Ambos distan unos 10 kilómetros de la capital de la isla, Mytilini, y eran campos de acogida e inscripción de refugiados. Yo trabajé básicamente en el primero, que era el más grande y donde llegaban todo tipo de refugiados: adultos, jóvenes y familias de distintas nacionalidades, de Siria, Afganistán, Irak, Pakistán, Eritrea… El campo de Kara Tepe era mucho más pequeño y estaba destinado a familias sirias con niños, donde las necesidades eran básicamente pediátricas”, rememora Pablo Simón.

Su trabajo en Moria -entonces campamento de registro y ahora convertido en centro de detención tras la firma del pacto de la UE con Turquía- consistió en algo no muy diferente a lo que hace cada día -afirma-, una consulta de medicina de familia, aunque con una peculiaridad importante: “El contacto era único, solo veía al paciente una vez y, por tanto, en un solo acto clínico había que tratar de solucionar su problema pensando en que todavía tenía por delante un durísimo viaje de miles de kilómetros hasta Alemania. La patología que vimos es, en términos clínicos, banal: infecciones respiratorias y osteomusculares básicamente, producto del largo viaje y de la mojadura del cruce del mar en bote. También vimos enfermos crónicos sin medicación porque tuvieron que salir de su país sin ella o porque las mafias se la tiraron al mar con sus cosas para bajar el peso del bote. Y también vimos personas con secuelas de explosiones de bombas, misiles o minas, personas que habían sufrido tortura y algunas congelaciones. Pero lo más importante, lo crucial, era atender la desesperación, la tristeza, el hambre y el frío. Así, pues, escuchar, sostener, aliviar, mimar se convirtió en realidad en las intervenciones clínicas más importantes que hacíamos y en las que la mediación de nuestros traductores se convertía en esencial. Escuchabas historias terribles. Y luego, ropa seca y comida, sobre todo para los niños, que eran siempre nuestra obsesión junto con las mujeres, especialmente si estaban embarazadas”.

Le es difícil concretar cuando se le pregunta por alguna historia con nombre y rostro que destacar. “Hay mil historias que contar y es difícil escoger”, contesta. Pero sí hay un denominador común, le ha impresionado la calidad humana de la inmensa mayoría de los refugiados que ha atendido. “Son hombres, mujeres, niños, ancianos, gentes pacíficas que tienen que salir huyendo de su casa para salvar sus vidas. Inician un viaje que no desean y dejan atrás sus pertenencias, sus recuerdos, su cultura, sus creencias, sus muertos, para venir a un continente extraño. Y luego este continente rico los recibe como a presuntos delincuentes, violadores, saqueadores y terroristas. Gentes iguales a nosotros, con sus desesperación a cuestas, son tratados como animales por las autoridades europeas, despojados de sus pertenencias, recluidos en campos. Sí recuerdo nombres y rostros. Recuerdo un anciano campesino sirio de 70 años con la cara atravesada de surcos y arrugas que me dijo llorando: “entre los de allí y los de aquí, nos han quitado todo, nos han quitado toda la dignidad”. Después de eso y de todo lo que vi después, dejé de creer en esta Europa, presuntamente de raíces cristianas”, asegura.

Ante tan dramática situación, Pablo Simón tiene claro que el resto del mundo puede hacer muchas cosas sin necesidad de desplazarse. “Es importante ir allí, pero la gran lucha, el gran reto está aquí. Hay que ser combativos a nivel social y político para luchar contra la gran falsedad que los medios de comunicación y los gobiernos están construyendo para desacreditar a los refugiados. Se trata de hacer contra información para bloquear el discurso oficial de los gobiernos europeos, incluido el español, que, para proteger los intereses de los europeos ricos, trata de convertir a los refugiados en una invasión de integristas, violadores y oportunistas. Los refugiados no son nada de eso, son refugiados y, por tanto, están protegidos por el Derecho Internacional que todos los ciudadanos estamos moral y legalmente obligados a respetar. Transmitir esto a la población española es tan importante como ir a Lesbos”.

Pablo Simón regresó a España el 30 de diciembre del año pasado y su intención, si las circunstancias se lo permiten, es volver este 2016.